DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR.
La liturgia del domingo de Ramos se caracteriza por el contraste entre la procesión triunfal que aclama al Rey mesiánico, y la celebración de la Pasión: el contraste está en que Quien entra en Jerusalén como Mesías lo hace como Siervo de Yahveh, humilde y tratado como maldito.
El contraste refleja la situación límite del hombre y sus cuestiones últimas: ilusión y frustración, triunfo y fracaso, adhesión y rechazo, vida y muerte…
El contraste refleja el plan de Dios, que ofreció primero el Reino pacífico y no violento a los hombres, pero sólo lo entendieron los «pequeños». A través de la cerrazón del corazón humano, el Dios fiel hizo lo inesperado e inaudito: transformó el fracaso y la injusticia en fuente de salvación.
La historia de Dios con el hombre se apoya sólo en un punto: la obediencia de Jesús hasta la muerte, hecho uno de nosotros. ¿Cuál es la historia de Dios con el hombre? Que el amor fiel de Dios ha asumido el infierno del hombre (representado por cada escena: traición de Judas, negación de Pedro, juicio arbitrario de los judíos, venalidad-corrupción de los romanos, violencia y sarcasmo de todos, sufrimiento físico y soledad de Jesús…). Jesús asume todos nuestros infiernos en su amor al Padre y a nosotros, los hombres, ese amor que todo lo espera, todo lo cree y todo lo soporta, incluso cuando Dios le abandona a su propia suerte.
¿Era necesario llegar hasta aquí? La respuesta siempre estará oculta a los que buscan razones o a los que no aceptan que la condición humana está cerrada al amor de Dios. Solamente se enteran de que había que llegar hasta aquí, hasta esta Pasión, quienes, al sufrir, confían y, confiando, descubren en sí mismos la fuerza del amor. Éstos son quienes se enteran de la Pasión.
Que estos días vaya resonando en cada corazón alguna de estas frases:
«Me amó y se entregó por mí» (Gal 2)
«Nos amó hasta el final» (Juan 13)
«Ofrecí el rostro como pedernal, pero no quedaré avergonzado» (Is 50)
«Realmente éste era Hijo de Dios» (Mt 27, 54)